El invierno de 1998, luego de un otoño más bien lluvioso, resultó seco y moderado. Hubo pocas heladas, por lo cual la primavera comenzó con buenas condiciones climáticas y ciertas marcadas variaciones de temperatura. A pesar del clima seco, sobrevinieron algunas heladas tardías debido a las importantes diferencias térmicas entre las temperaturas máximas diurnas y las mínimas nocturnas. En nuestros viñedos, cualquier posible peligro de daños por heladas, se evitó mediante el uso de calentadores que atemperan el impacto del frío.
El verano comenzó cálido y seco, haciéndose necesario el empleo de agua proveniente de los pozos de perforación. El resto de la temporada de verano ofreció condiciones climáticas ideales para un proceso gradual y completo de maduración de las uvas. La gran amplitud térmica entre el día y la noche, característica del clima desértico mendocino y propia de los viñedos plantados al pie de los Andes, facilitó y aumentó la concentración de materia colorante y aromas, al tiempo que contribuyó a la obtención de taninos maduros y dulces en las variedades tintas y a un excelente equilibrio de azúcares y ácidos en las variedades blancas.