Heredera de una dinastía que celebra el vino argentino. Es la primera mujer que dirige una de las bodegas de alta gama del país. ¡Laura Catena es una gran patriota! Ella ama profundamente a su país y sabe hablar de él mejor que nadie. Se perciben lazos muy profundos con todo lo que concierne a la Argentina. Sus numerosos viajes al exterior, sus estudios de biología y medicina, así como su vida en los Estados Unidos, le han forjado mas bien convicciones que certezas.
Jamás actúa impulsivamente; se informa (escucha y lee mucho), analiza, entiende, ejerce su sentido crítico... y luego actúa. Recuerdo nuestro primer encuentro en el Château Lafite Rothschild, durante una lujosa cena al final de los años 90; una bonita joven, morocha de ojos risueños y siempre curiosos, que hablaba un francés impecable. Laura se apasionaba por los encuentros que le proporcionaba su viaje a Bordeaux y degustaba todos los vinos posibles.
Eminente científica, graduada en Harvard y Stanford, se dejaba contaminar dulcemente por un virus arrollador: el amor por los viñedos y el vino, del cual uno no se cura jamás. Yo le decía que era una patriota, si consideramos al Malbec como un emblema de su país. Esta cepa, abandonada por Europa en el siglo pasado, se transformó en su caballito de batalla. El Malbec argentino no hubiera llegado a tener su posición actual en el mundo si no fuese por su dedicación incansable.
Laura es la fundadora de un instituto de investigación (“Catena Institute of Wine”) que desde hace veinte años se encuentra en la vanguardia de la vitivinicultura en la Argentina y el mundo; su propósito es mejorar aún más la calidad de los vinos locales.
Ha escrito una obra de referencia sobre los viñedos regionales (“Vino argentino”), que es un acto de fe patriótica. El proyecto que hemos emprendido juntos en las Bodegas Caro, en Mendoza ,hace ya quince años, me ha permitido conocerla mejor, trabajar (un poco) y reír (mucho) con ella. Esta idea maravillosa de asociar dos familias (Catena y Rothschild), dos países (Argentina y Francia) y dos cepas (Malbec y Cabernet Sauvignon) no habría resultado sin el eclecticismo y la universalidad de la cultura de Laura (y de su padre).
Su mente siempre en movimiento, me pone regularmente a prueba, debatiendo la importancia relativa o determinante de los terroirs, de las altitudes, de las cepas, de los métodos de vinificación, de las capacidades del vino a añejar y, por supuesto, también del aspecto estético de las botellas y de la comunicación (donde ella sobresale más que nadie). Pero siempre su rigor de pensamiento humanista me hace pensar en Rabelais, quien escribía: “Ciencia sin conciencia no es más que la ruina del alma”.
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